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Sur y Centro de Chile

Actualizado: 15 may 2020


Como compensación por el gran esfuerzo realizado para cruzar la frontera, los días en Puerto Varas son bastante relajantes. Aunque me dedico a caminar todo el día por las calles del pueblo o a lo largo del lago, el ritmo es bastante cómodo. Aprovecho la oportunidad para comprar un nuevo chip para usarlo en Chile pero con gran dificultad consigo activarlo. Sólo tengo éxito gracias a los gerentes del bar donde me siento a tomar un café que resuelven el problema poniendo sus datos. Doy unas vueltas por las calles sin un destino preciso y me encuentro en una zona residencial donde algún perro en los patios de las casas cercanas nota mi extrañeza del lugar y empieza a ladrar. Uno, dos, tres. Al final toda la calle ladra y 4 perros aparecen para vigilar el resto de la calle. Me doy cuenta de que tal vez no sea necesario seguir en esa dirección y me doy la vuelta. (Sobre este hecho puedo decir que si les temes a los perros olvídate hacer un viaje de aventura por América Latina).


Continuando la búsqueda del lugar me encuentro con otros tres mochileros chilenos buscando un hostal. Me ofrezco a acompañarlos mientras aprovecho la oportunidad de ver otros barrios, todos al mismo estilo alemán, ya que la ciudad fue fundada principalmente por inmigrantes alemanes. Con los nuevos compañeros temporales nos organizamos y vamos a visitar el parque del salto de Petrohué, un río muy caudaloso con rápidos y cascadas enmarcados por el soberbio cono del volcán Osorno detrás. Las tardes cuando llego a casa con Katherine, charlamos sobre las próximas etapas. Mirando el mapa decido que la siguiente será Valdivia a sólo dos horas de la costa, pero lo que me hace planear otra ruta que tendrá un gran impacto en el viaje es el imán en su nevera de San Pedro de Atacama. Hago algunas preguntas para saber lo que piensa sobre ello respondiendo que es uno de los lugares más bellos de su país y que tengo que ir allí. Mi idea inicial es llegar a Santiago y desde allí regresar a Argentina en dirección a Buenos Aires. Pero ahora la semilla ha sido lanzada inconscientemente en mi cabeza. Al día de la partida, Katherine, que trabaja en Puerto Mott, me deja en el cruce de la Panamericana para que empiece a pedir aventón a Valdivia. Pasa una hora antes de que un joven se ofrezca a llevarme al desvío. Todavía quedan unos 40 km para llegar, así que sigo buscando otro viaje. Espero mucho tiempo porque la mayoría de la gente va al norte y no a la costa al punto de que cuando veo un minibús con enseñando en frente ''Valdivia'' me subo y dentro de una hora llego a la ciudad. Tal vez porque es por la mañana, pero no hay tanto movimiento. Lo más animado es el mercado central donde el producto más vendido es obviamente el pescado del Pacífico. Como saben, el mar chileno es uno de los más ricos del mundo, tanto que las multinacionales norteamericanas lo han monopolizado con la complacencia de los sucesivos gobiernos en las últimas décadas. Para adornar el mercado me sorprende la presencia de una gran colonia de leones marinos acampados en las rocas bajo en el río, esperando algunos desechos arrojados por los vendedores.

Digo río y no mar porque la ciudad está en realidad ubicada dentro del Delta de tres ríos protegidos de posibles mareas de tormenta, pero no de los tsunamis, ya que en los años 60 el terremoto más fuerte jamás registrado en el planeta creó una ola que destruyó toda la costa que decido visitar un par de horas antes de la puesta del sol. El clima es fresco y un poco gris, muy diferente de los días soleados y secos de Argentina. Sólo unos pocos rayos de sol hacen espacio e iluminan una porción del océano como un faro en un teatro, revelándome la magia de la inmensidad del Pacífico en una playa desierta en ese momento. Este es mi primer encuentro con el Pacífico que durante meses y meses me acompañará. Aquí también estoy haciendo couchsurfing con una familia formada sólo por Alberto, un chico de 25 años y su madre. Con ellos bebo vino chileno y veo una película, aunque al final pasamos más tiempo hablando. Me aconsejan que haga un viaje en barco por los ríos y me enseñan fotos del balneario de Coñaripe, a dos horas en el interior. Me encanta el lugar hasta el punto que al día siguiente, después de un mini tour en barco al delta de los ríos, me tomo un autobus para ir a esa termas. Mientras estoy en el camino a Coñaripe ya comienza a bajar la noche que definitivamente me da la bienvenida a mi llegada. La zona es altamente turística considerando el número de hoteles, campings y bungalows presentes pero como la temporada ha terminado todo está tristemente cerrado. Recuerdo entonces algunas aventuras contadas por viajeros que conocí en Europa que lograron encontrar hospitalidad pidiendo de acampar en algún jardín privado. Empiezo a preguntar hasta que veo a una señora que vuelve a su casa y cierra una gran puerta para delimitar un gran jardín. Le digo que busco un espacio para poner la carpa sólo para una noche. Me dice que tiene que consultar a su hijo que es el administrador de la propiedad y un ratito más tarde bajo su consenso me indica, la señora, donde puedo poner la carpa. La armo bajo un árbol cerca de unos bougalows que alquilan en la temporada de verano. Cuando termino de montar la carpa y estoy a punto de entrar en ella, el hijo que sólo tiene 25 años (no como yo había imaginado) se me acerca y empieza a hacerme preguntas para entender quién soy.

Al notar mis buenas intenciones me dice "puedes dormir aquí en la cabaña que solemos alquilar, al menos mantente caliente y date un baño y una ducha". Le digo que no es necesario y que ya agradezco la ayuda de ofrecerme el jardín, pero insiste hasta que cedo a la oferta. Tengo la opción de dos camas, una ducha caliente, un televisor y una estufa de leña que el chico amablemente enciende mientras sigue charlando. Al día siguiente tiene que despertarme temprano, así que se despide dejándome algún consejo sobre los baños termales cercanos. Le doy las gracias y después de unos minutos de televisión chilena me voy a descansar.

 

Me levanto alrededor de las 7 de la mañana, me lavo y salgo a cerrar la cabaña, dándole las llaves a la señora agradeciéndole mucho y me dirijo al centro del pueblo para ver cómo puedo llegar a los baños termales que no tienen un servicio de transporte local. Un taxista me ve vagando y se ofrece a llevarme por una cantidad que no recuerdo bien pero ciertamente alta. Sé que soy una presa turística aunque no me considero un turista sino un viajero. Hay una diferencia, especialmente si eres un mochilero con un presupuesto diario limitado. Preguntando a varias personas finalmente encuentro una señora de una pequeña tienda conocida por ofrecer viajes al balneario a un precio honesto. Le pago lo que se debe y ella fija la hora a las 10 a.m. siempre aquí delante de su negocio. Como todavía son las 8:30 de la mañana, me voy a una pequeña tienda de alimentos. Compro un poco de mantequilla, pan, leche con chocolate y un plátano para el desayuno.

Bajo por la calle principal y llego a las orillas de un enorme lago anidado entre verdes montañas detrás del volcán Villarrica. Por la mañana es tranquilo sin viento, así que el agua es un espejo que duplica la belleza del lugar. Sólo se ve pasar a un hombre mientras hace jogging, pero por lo demás no hay alma viva. Me siento en el muelle de madera sin barcos y con mis pies balanceándose rozando la superficie del agua. Disfruto de mi desayuno en la tranquilidad y en el aire fresco de la mañana, este ultimo mantenido gracias a la sombra aún presente y que sólo en los picos altos tímidamente comienza a retroceder.

 

Al final llegamos al balneario después de unos quince kilómetros de ascenso. Conmigo también hay dos señoras chilenas jubiladas.

En la entrada entiendo por qué el nombre es ''termas geométricas''. Al principio pensé que lo había entendido mal y que debían ser "geotérmicas", pero al ver las formas de madera y piedra que caracteriza el lugar el primer nombre cobra significado. Desde los vestuarios hasta las pasarelas y piscinas las formas son cuadradas o poligonales. Todo lo que está hecho de madera tiene un color rojo: como la pasarela que por 500m serpentea a través de este pequeño cañón rodeado por el bosque y el vapor de las piscinas calientes y los manantiales que las alimentan. El sol filtra e avanza con dificultada entre las hojas y el vapor creando un místico juego de luz/sombra mientras uno se relaja inmerso en el agua. También hay cascadas naturales con agua fría a 5 grados para que uno pueda deslizarse valientemente bajo sus chorros después de pasar quizás 10 minutos en la piscina de 44 grados.

Me quedo unas tres horas y media antes de que la señora que me trajo vuelva por mi. Regreso al pueblo para tomar un minibús de vuelta a Villarrica. En el trayecto también tengo la suerte de encontrar hospitalidad con couchsurfing en Temuco, dos horas más al norte por la Panamericana ya en dirección a Santiago donde tengo un lugar asegurado gracias a María Paz y su compañera de cuarto. Paso unas dos horas en Villarrica. El hecho de que haya encontrado un lugar para dormir a dos horas de aquí no me apura, pero sobretodo porque Christian, el tipo que me hospeda da clases en la universidad por la noche y no estaría disponible todavía. Villarrica es una ciudad muy agradable, animada y alegre, con muchos jóvenes estudiantes en las calles al final de la tarde cuando terminan las clases. Está bañada por el gran lago del mismo nombre en cuyo fondo se ve la vista del volcán, también del mismo nombre y con esa típica forma de cono . La Panamericana pasa un poco fuera de la ciudad y como son dos horas o tal vez menos, opto por la forma más fácil de llegar a Temuco, que es el autobús. Llego a la ciudad al anochecer y observo el gran caos de una ciudad industrial y bastante anónima en mi opinión. Cuando estoy con Christian le agradezco de su ayuda y hospitalidad tomándonos un trago en un bar cerca de la universidad.

 

Nos levantamos temprano cuando todavía está oscuro. Él tiene que ir a la universidad y yo tengo que ir a mi nueva profesión como autoestopista y como tengo que ir de acuerdo a mis planes a la capital Santiago a 800km tengo que tratar de aprovechar toda la luz del día. Tomo un autobús urbano que me deja cerca de la salida de la ciudad hacia la autopista frente a otra universidad privada. Paso por lo menos una hora más o menos sin poder encontrar a alguien dispuesto a parar y evalúo que en realidad el lugar no es tan adecuado, los coches corren mucho. Llega un autobús suburbano y viendo el nombre de la ciudad y comparándolo con el mapa del móvil que tengo en la mano veo que puede llevarme más lejos. Así que me subo y después de media hora me bajo en una parada en un cruce de la Panamericana. Incluso si estoy en medio de un tramo de la carretera, hay suficiente espacio para los que quieren parar. Y así paso una hora agitando el letrero con las palabras "Santiago", que preparé la noche anterior, hasta cansarme de los brazos, pero justo cuando pienso en tomar un descanso y más bien caminar un poco, un carro se para. Es un joven que va a trabajar vendiendo muebles hechos en China para restaurantes y bares en su camino a Chillán y en el camino paramos ofreciéndome un café.

Me deja en el cruce donde tiene que salir y desde allí empiezo a caminar por el lado de la carretera, haciendo autostop hasta que unos minutos más tarde otro carro con destino a Los Ángeles, a un par de horas, me levanta.

De la misma duración es también el tercer pasaje que encuentro a bordo de una furgoneta que ha descargado fruta y verdura por la mañana en un mercado local. De hecho, mientras voy hacia el centro del país, la naturaleza que me rodea toma otros aspectos. A esta altura no es de ese verde exuberante, denso y rico en cursos de agua, sino es un verde más apagado hacia el amarillo, quizás será porque estamos a final del verano. Además, los bosques son sustituidos en su mayoría por cultivos frutales, que es precisamente la especialización de la región en la que estoy atraversando. Salgo de la furgoneta y empiezo a caminar de nuevo. Ya he adoptado este modo de hacer autostop, es decir, en vez de esperar y esperar, prefiero caminar en mi dirección y pedir que me lleven mientras tanto. Por casualidad, un camionero se orilla cien metros más adelante para vaciar su vejiga y terminados sus asuntos me ve y me pregunta adónde voy. ''Santiago'' le digo y él me contesta: "Vamos, vamos, yo también voy allí". Estamos cerca de Talca a mitad del viaje y con todavía 3 horas de camino. Entre sus cuentos me entero por primera vez de la historia de los mapuches, los nativos de la Araucanía en el sur de Chile y de los problemas que él y sus colegas tienen en este período de protestas que a menudo se traducen en bloqueos o directamente en incendios de vehículos para boicotear a las multinacionales y al propio gobierno. Sin embargo, me dice que algunos colegas se aprovechan de esta situación simulando incendios de sus camiones por manos de las protestas indígenas para así obtener compensaciones por las compañías de seguros .

En realidad, me sorprende haber entendido toda la historia y contársela ahora. Todos los latinos saben que los chilenos casi hablan un idioma aparte y su acento y indescifrable para muchos. Sobre todo si es un camionero y más aún si es del sur. Creo que entiendo la mitad o menos de lo que me dice y con una sonrisa tonta de mi parte le guiño un ojo a cada su risa.


Tal vez me está insultando y le estoy dando mi total aprobación. Bah quién sabe.

Entre un cuento y el otro el tiempo vuela y llegamos a las afueras de Santiago. La zona donde tiene que descargar está en los suburbios, así que conociendo las calles me hace bajar en una donde encontraría fácilmente un autobús para llegar al centro. Me bajo en el cruce y es hora de que la mayoría de la gente sale del trabajo. Tráfico y mucha gente en la parada de autobús. Todavía estoy al lado del anillo de la autopista así que proceso todas estas informaciones en una centésima de segundo y mientras cargo mi mochila en mis hombros y me despido de mi amigo camionero decido cruzar la carretera (lo cual hago rápidamente antes de que el semáforo se ponga en rojo) y me pongo con mi pulgar a la vista. Después de la belleza de sólo un segundo, el primer carro en mi frente para. Es un joven con su nieto de 8 años y le digo que voy al centro. Él también tiene que ir, así que me hace entrar. Conversaciones habituales de quién es uno y quién es el otro, me explica un poco la ciudad y los palacios que desfilan mientras avanzamos lentamente en el tráfico del final del día hacia el centro de la ciudad. No está mal como un día de autostop: 5 pasajes para llegar al mero centro de una gran capital. Para los que, como yo, viajan así, saben lo que significa la suerte y la alegría que se siente en estos casos.

 

Doy un paseo por las manzanas más céntricas para empezar a absorber el ritmo de la vida de la ciudad. Es ahora el comienzo del otoño, pero las temperaturas y las hojas verdes de los árboles no parecen saberlo. Tengo que esperar a que María Paz regrese de la universidad, así que me siento en un bar en la intersección de la Avenida Vicuña Makenna y Santa Isabel. Pido un completo italiano que es una comida callejera chilena: un hot dog gigante con mayonesa, tomate y palta (aguacate). El bar está bastante lleno y me siento afuera con muchos otros que están viendo con la camiseta chilena las preliminares del campeonato mundial de Rusia contra Argentina. Termina 1-1. Creo que Argentina empató al final con un penal, no me acuerdo bien porque me lo perdí entre los bocados del sándwich, muy concentrado en no ensuciarme de las diferentes salsas que desbordan. Es tan difícil como hacer autostop. Llega la noche y Paz me advierte que puedo ir a su condominio. No recuerdo el piso pero subo bastante alto porque la vista es muy amplia. Compartimos nuestros primeros momento durante la cena pero las platicas terminan antes desde que es la semana de los exámenes, así que tanto Paz como Irma, la compañera de cuarto, se concentran en estudiar incluso después de la cena. Me levanto como siempre temprano para aprovechar el día y recorro todo el centro y otros barrios entre los diversos zigzags y paradas para ver en detalle los rincones de la ciudad tardando unas 8 horas. Decido que la gira es suficiente, así que camino a casa para relajarme y compartir un poco de tiempo con las dos chicas Irma y Paz. Santiago es también la ciudad de los primeros recuentros. Dos amigos del Politécnico de Turín viven aquí. Uno es Sergio, italiano della Puglia que ha estado en Chile durante 4 años trabajando por una multinacional italiana de ingeniería civil y el otro es Miguel un venezolano-chileno que estudió durante dos años en Turín junto con Sergio. Con Miguel acordamos almorzar juntos, así que al día siguiente me despierto para unirme a él y a sus colegas. Almorzamos entre las diversas historias que, al ver las caras, dejan a los presentes asombrados por mi decisión como ingeniero de dejarlo todo y viajar. Pero sobre todo están sorprendidos por el hecho de que estoy haciendo autostop. Realmente creo que "Loco" es el término más usado en la charla. Cuando nos separamos para dejarlos volver al trabajo nos comprometemos a organizar una reunión los tres con Sergio para tener una reunión en Turín. Ya que estoy en el vecindario, voy a visitar el cerro Santa Lucía desde donde se puede ver una gran vista de la ciudad con todos sus rascacielos coronados por los Andes más altos que se alzan al fondo. Así que por la noche, como era de esperar, nos reunimos todos en un club de la zona norte decidido por Sergio. Conmigo viene también Paz, que mientras tanto ha terminado sus exámenes. Hay que señalar la difícil organización ya que parece que Sergio está casi ocupado todo el tiempo.

Entre cervezas y aperitivos hablamos de las vidas pasadas en Turín y las nuevas que todos han tomado. La que tomó Sergio lo obliga a despedirse pronto para el trabajo que lo espera. Estamos en la zona norte y tenemos que tomar un autobús los tres que quedamos para volver al centro. Pero siendo miércoles por la noche Paz propone ir a un club con noche universitaria donde ponen música y hay la posibilidad de bailar con entrada liberada. Sólo Paz y yo estamos sin compromisos, así que seguimos siendo los únicos con voluntad de continuar mientras Miguel vuelve a casa. Volvemos a casa alrededor de las 2:30 a.m, ni siquiera demasiado tarde, lo que nos permite despertarnos relativamente temprano y aprovechar el hermoso día para hacer más turismo juntos.

Desde Plaza Italia nos trasladamos a un barrio muy bonito al otro lado del río y cerca de una universidad, púes el nombre me lo confirma: zona Bellavista. El ambiente es muy agradable, con bares y clubes bien cuidados en los detalle y llenos de gente joven. El momento culminante del día, sin embargo, llega ahora cuando Paz me guía hasta el camino que lleva a la cima del cerro de San Cristóbal, el punto más alto de la ciudad y centro deportivo de los habitantes de Santiago. De hecho, hay muchas personas que suben y bajan, pero sobre todo en grupos vienen a hacer actividad física como correr o montar en bicicleta. En la parte superior hay una gran estatua de la Virgen María con una escalera en la que nos sentamos así como otras personas para ver la puesta de sol. Una puesta de sol muy similar a la de Turín caracterizada por una neblina de contaminación en la capa inferior. Un poco más abajo hay una plaza con barras y una gran bandera chilena. Hay menos gente así que bajamos a tomar fotos para conmemorar mi visita celebrada por el ''mote'' que Paz insiste en que lo pruebe. Es una bebida chilena de melocotón con un poco de choclo, un gran maíz blanco dulce. No está mal en realidad, así que lo disfruto con gusto mientras el sol deja los últimos rayos rojos en la ciudad. Antes de que sea demasiado tarde, seguimos a pie por el otro lado de la carretera, porque desde donde llegamos según los lugareños se pone peligroso por la noche. Caminamos esta vez todo cuesta abajo obviamente con las hermosas vistas de los rascacielos iluminados, mientras el crepúsculo todavía permite delinear los perfiles de los Andes sobre un fondo rosado. Llegamos a casa si no me equivoco con un tiempo total de 3 horas caminando. Destruidos y cansados. Pero aún así quiero cocinar un risotto de agradecimiento para los dos anfitrionas.

 

La etapa siguiente es la zona de Valparaiso. Está a unos 80km, muy cerca y agregado a la dificultad de pedir aventón en una metrópoli me voy a tomar un bus sin pensarlo. Me espera en Viña del Mar, a lado de Valpo, Sebastián, un chico dispuesto a ofrecerme un hogar mientras su hermana no está. Viña del Mar es la ciudad por excelencia de las vacaciones de playa para los santiagueños gracias a su proximidad a la capital y también es importante para su festival de música latinoamericana un poco como el festival de San Remo para los italianos. El apartamento donde vive Seba está bien situado y tiene una gran vista. También es perfecto para tomar el minibús a Valparaíso, la famosa ciudad artística por sus graffitis, por tener la casa de Pablo Neruda y por haber sido el puerto principal del País y de la región meridional de América hasta la abertura del Canal de Panamá. Cenamos afuera en un lugar anónimo pero generoso por la cantidad de comida. Tomo otro completo italiano después del de Santiago y al mismo precio de este último me dan un sándwich el doble de grande. Merece una foto mientras que pongo en facebook para tranquilizar a los parientes y amigos si alguna vez tuvieron alguna duda de que estoy comiendo lo suficiente. La noche la pasamos con amigos bebiendo cervezas en la terraza de su apartamento directamente en la playa con vistas al mar donde el sol desaparece hacia las Indias reales.

Al día siguiente temprano en la mañana tomamos un buen desayuno de frutas y viajamos en minibús (aquí en Chile los llaman "micro") a Valparaíso. El cielo es azul pastel para resaltar los colores de las casas que secuestran mi asombro inmediatamente. Verdaderas obras de arte esparcidas en todas las paredes de las casas, incluyendo escaleras y paredes.

Leímos en Internet que hay un tour a pie a las 10 a.m. saliendo del centro. Nos presentamos y poco a poco la plaza se va llenando de otros turistas curiosos como yo. Nos llevan por los distintos callejones explicando algunos detalles de los murales más famosos o más fáciles de ver. Un detalle que permanece en mi mente es, por ejemplo, que cuando un artista hace un nuevo mural en cima de otro dentro de la composición gráfica inserta una pequeña ventana que deja entrever lo que era el diseño anterior como un acto de respeto.

Nos hacemos amigos de una chica española de visita por motivos de trabajo con la que continuamos la tarde y la noche en la calle de la movida nocturna llena de clubes para jóvenes. Más allá del sentimiento de admiración del toque artístico tan vasto que se puede ver en cada edificio o casi, debo decir que me desconcierta el estado de degradación de muchas casas del centro, de la limpieza de las calles, de la estación de trenes que conecta Viña a Valparaíso. Es extraño y es una lástima dado el alto número de turistas presentes. El último día lo dedico a caminar por los otros barrios menos concurridos por los turistas descubriendo murales por todas partes a menudo escondidos pero igualmente gigantescos y hermosos. Creo que tomaría una semana o más de caminatas ininterrumpidas para poder verlos a todos o casi todos. Medio cansado termino el día en la playa de Viña durante la puesta de sol y entre los distintos puestos de collares y pulseras me encuentro con la chica argentina que iba en el mismo coche que nos dió el aventón para pasar de Argentina a Chile. En casa, Seba me dice que organizó una salida a la discoteca con sus amigos. Sólo tomo un vaso de no sé qué y gracias a esta contención consigo levantarme a una buena hora por la mañana con la idea de ir a visitar a otra familia a unos quince kilómetros en Quillpué, donde paso una sola noche disfrutado de un ritmo tranquilo de una clásica vida familiar chilena compuesta por la abuela, la madre y el hijo de 4 años. Vamos al cine y cenamos en casa entre las historias del viaje que se he hecho hasta ahora listo para el largo tramo queme toca el día siguiente con destino La Serena en el norte del País.

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