Aunque el viaje tenga una connotación principalmente aventurera y naturalista aprovecho en mi recorrido para conocer las capitales de los países que voy cruzando ya que concentran todas las realidades regionales en sus densidades urbanas.
Llego a Lima por la tarde alrededor de las 3 después de 5 horas de tráfico para recorrer un tramo que no demoraría normalmente más de 2 horas. La zona habitada de Lima es enorme y caótica pero al final llego a la terminal donde busco una combi que pueda llevarme hasta la casa de mi anfitriona Elenia ubicada al fondo de la avenida Brasil: bastante central por el tamaño de esta ciudad pero tampoco cerca al centro o Miraflores.
Ya había tomado combi en Perú pero nunca con mi mochila grande y no es fácil la verdad. Los vehículos son muy estrechos y bajos así que yo y la mochila tenemos que fundirnos en un solo cuerpo si es que la combi esté llena. Todas son de marcas asiáticas, principalmente japonesas, de segunda mano que vienen revendidas sin a veces las ganas de quitar las calcomanías de ideogramas.
Por suerte la combi está vacía y llego hasta el punto que marqué en mi mapa offline y con las indicaciones de Ele encuentro la casa donde vive ella con sus dos hijos.
Dejo mi mochila en la sala que será mi cuarto también y después de una platica salgo a recorrer algún parque y la zona central colonial.
Hay bastante movimiento y turistas y en la plaza de armas van preparando un palco para algún concierto o evento. Mirando a los rededores percibo el barrio popular (una favela) a las espaldas de los palacios más importantes de la ciudad trepando la colina con su cruz en la cima a las espaldas de Rímac, la zona de los primeros edificios coloniales.
Se viene el atardecer y alcanzo a Ele que me enseña su taller de ropa y luego nos vamos con otra amiga a cenar por Miraflores un buen ceviche después de haber tomado un original pisco sour peruano que la verdad es tan rico que lo termino en 5 segundos listo para otra ronda.
Lo que más me atrajo de Lima es la plaza central de Miraflores, ubicada entre dos avenidas, donde muchos gatos se concentran casi como de obligo a lado de varios artistas exponiendo sus cuadros. No sé ustedes pero un artista de óleo me lo imagino siempre en casa con un gato peludo en una almohada entre libros y vasos vacíos.
Además en ese parque hay un mini anfiteatro donde los mayores se encuentran para bailar cumbias y salsas. Si es que en Europa se juntan para jugar a barajas y boliches aquí es para bailar.
Al día siguiente decido caminar desde la casa hasta Barranco y Miraflores, 8 km, por la costanera donde los parapentes a motores despegan y los surfistas deslizan. Para quien no sepa, la costa de Perú del sur hasta el centro es como una tabla y la tierra se asoma al mar como un balcón.
Cuando llego a la altura de casas muy pobres de lata hay una escalera que sube a los barrios urbanos y para no seguir más adelante decido treparme y volver a Miraflores junto con algunos surfistas en su traje de nepropene.
Llego al parque del faro, muy bien cuidado y meta de turistas o locales que quieran disfrutar la vista del océano mientras los niños juegan con sus cometas. Sigo el recorrido perdiéndome voluntariamente por los callejones de Barranco, el barrio más bonito de Lima con su onda bohemia.
A este punto activo couchsurfing y me contacto con dos personas disponibles para tomar un café y seguir la tarde. Alcanzo Diana y su otra amiga a un bar mientras terminan de comer. Entre una charla y la otra, al grupo de salida comienzan a juntarse otros turistas y locales. El tiempo se vuela y llega el momento de la cena y de los locales nocturnos.
Después de varias tentativas decidimos quedarnos en un local de calle Esperanza dejándolo como referencia en el grupo y así cuando llega mi anfitriona y su amiga venezolana Yoa terminamos con un grupo de 15 personas todas de nacionalidades diferentes. Sin duda fue el Hangout más grande que haya hecho con couchsurfing y la verdad salió todo genial. Seguimos toda la noche bailando en varios bares hasta regresarnos a las casas por las 4/5 de la madrugada.
El día siguiente un poco más relajado doy vueltas por la ciudad repitiendo otra noche con Yoa y otros sus amigos venezolanos tomando vino en el parque del faro y cenando arepas en un local de amigos.
La verdad es que me la paso genial pero lastima que las distancias gigantes y los horarios hacen que mi ultimo bus pase no tan tarde quebrando la buena vibra del momento.
Corriendo consigo entrar en el ultimo bus sin tiempo de despedirme de mis amigos del día y sin saber que va a ser la ultima vez que los voy a ver. Cosas de la vida o mejor dicho de los viajes.
Mi ultimo día es más de relax en casa y como prometido antes cocino pizzas para Ele y sus hijos.
En la platica en la mesa me fijo con los cuadros que a mi parecer están bonitos y de buen gusto y descubro solamente ahora que Ele es una artista y los pintó ella. Me quedo asombrado ya que pensaba que se dedicaba nada más a dibujar y coser sus vestidos de su propia marca.
Volviendo a la historia de las pizzas aquí les va algo gracioso. Todas están condimentadas normalmente excepto una con mantequilla de marihuana cosechada en el balcón.
Tal pizza es la única que sobra y al empacar mi mochila Ele la envuelve y me la deja para mi viaje a Cusco.
De hecho mi ruta es muy larga porque a veces necesito un bus para acelerar el paso en las grandes distancias que a dedo tomaría el triple del tiempo.
En bus Lima-Cusco son 22 horas y mi salida es a las 5 de la tarde.
Tengo tiempo aún para darme una vuelta al parque y acostarme en el pasto al sol en espera de la salida. Es domingo y está lleno de familias dando sus paseos o sus pic nic.
Cuando subo al bus nos entregan la cena como en un avión en paquetitos y eso la verdad me parece muy bueno y servicial, nunca lo vi en otros países.
Me acuerdo de tener la pizza así que guardo el paquete de comida para el día siguiente y me cómo la pizza.
En un segundo momento me acuerdo de su mantequilla mágica y cuando realizo eso ya se me da el hormigueo en la cara, una sonrisa se me estampa en la cara y un sueño me pilla hasta la mañana siguiente mientras recorrimos montañas y curvas espantosas con barrancos a los lados de las ruedas (mi asiento está a la ventana del lado del vacío).
A parte esta preocupación que intento quitármela pensando que ellos hacen esta ruta todos los días y saben lo que hacen, debo agradecer la mantequilla por haberme acunado da suavemente cortando el viaje a una percepción de la mitad del tiempo.
Entre una cueva y la otra, siestas y películas en la pantalla llegamos a la cuenca madre de la civilización inca.
Volví a Los Andes.
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