San Pedro es sin duda uno de los lugares más hermosos que he visto en todo mi viaje. El primer lugar donde sentí una conexión con el paisaje, donde me sentí parte de todo el universo: una energía tan especial como si se sintiera la respiración de la Tierra.
La inmensidad de estas landas desiertas tan diferentes de lo que estamos acostumbrados a ver en Europa. Se siente como si estuvieras en Marte o en la Luna y te haces tan chiquito, tan inútil físicamente pero de la misma manera te sientes tan grande espiritualmente.
Cuando entro en el pueblo me impresiona inmediatamente su arquitectura simple pero única. Todo hecho de adobe, es decir, barro y paja cubriendo la piedras, camuflando así las casas al resto del territorio. Una fusión de la vida del hombre con la naturaleza circundante.
Camino por las estrechas calles sin asfalto polvorientas entre la gente local y los turistas. Todavía no hay muchos de ellos en las calles porque es de tarde, así que la mayoría de ellos están en algún tour o protegiéndose del sol. Llego al bar donde trabaja Valeria una de las dos chicas que me acogerá durante los 3-4 días que tengo planeados mentalmente. La encuentro en la barra y me presento. No tiene mucho tiempo para dedicarme en ese momento pero me da la indicación de dónde está la casa y me dice que si voy encuentro a Alejandra, su compañera, que puede darme la bienvenida. Después de varias explicaciones marqué con un alfiler la posición en el mapa y caminando unos 10 minutos llego al lugar indicado: una pequeña casa de adobe no lejos del único arroyo de la ciudad de la cual sale un pequeño canal de riego de medio metro de ancho que pasa frente a la puerta alcanzable con una pequeña tabla de madera.
Entro en el patio y por como me lo explicaron paso por la parte de atrás donde está la entrada utilizada. El patio es muy grande, bordeado por una simple malla de alambre y las casas más cercanas están a cien metros. El espacio es tan abierto que se pueden observar los volcanes y las montañas perfectamente con el Licancabur tomando toda la escena con su majestuosidad. Es el volcán más cercano y luego el más grande, inactivo y venerado por las poblaciones precolombinas en cuya cima hicieron un altar para las ceremonias de sacrificios a los dioses. También es una frontera natural con Bolivia y su forma cónica con el capuchón siempre blanco se distingue por cientos de kilómetros. Grito el nombre de Alejandra que está de cara a la puerta y como Valeria le había avisado justo antes, me recibe calurosamente mostrándome la casa por dentro. Una gran cocina, dos grandes dormitorios y una acogedora sala de estar con dos sofás, una mesa de comedor y una televisión. También hay otro sofá más pequeño que es el que se puede convertir en una cama individual que usaré. El cuarto de baño, como solían tener las casas antiguas, está situado fuera pero a medio metro de la puerta y cubierto por el techo de la zona de relax en el patio, donde hay otras sillas y sofás improvisados con cajas de madera y almohadas, de donde puedes disfrutar el lugar como un espectador VIP de los volcanes. Dejo mi mochila en la casa y me voy al centro para ver qué tours están disponibles en el mismo día para no perder tiempo innecesariamente dadas las muchas actividades presentes. Pregunto a varias agencias qué programas tienen hasta que elijo uno que me ofrece a buen precio una excursión al valle de la Luna situado a pocos kilómetros de distancia donde muchos optan por el tour en bicicleta. Liderando el tour hay una joven, Andrea, también una viajera que, atrapada por la magia de San Pedro, decidió detenerse y vivir una experiencia de vida en este lugar.
El nombre del valle que visito lo dice todo. Colores y formas que parecen extraterrestres, sal blanco, arena negra o roja que se alternan entre dunas, rocas y piedras. Puedes sentarte y admirar este paisaje durante horas sin cansarte. Pero el tiempo es corto porque la etapa final es la puesta de sol desde la parte más alta de la cadena de sal, a la que se puede llegar fácilmente por carretera. Por suerte, traje una chaqueta en mi mochila. Cuando el sol desaparece repentinamente y se suma al viento que sopla, la sensación térmica colapsa drásticamente. También para tomar fotos las manos se ven afectadas así como las piernas que por desgracia tienen que arreglárselas ya que ando en shorts. El avance de la noche continúa concretado por la línea de sombra que se extiende a lo largo de la llanura dejando a los volcanes aún envueltos en una cálida luz. Entre el Licancabur y el Cerro Toco una perfecta bola blanca llena de luz blanca se ilumina más y más que avanza en el cielo oscuro creando un atardecer inolvidable que ni siquiera los fondos de pantallas de las computadoras pueden competir.
Ya que tengo otra gira al día siguiente con salida a las 4 de la mañana no tengo un gran plan por la noche. Ceno y platico con mis nuevas anfitrionas y todos nos vamos cansados a dormir temprano.
Me levanto temprano para estar listo a las cuatro de la mañana fuera de la casa esperando el minibus que llega media hora más tarde y que no desprecio ya que me pongo a disfrutar del cielo estrellado del desierto. Una cosa increíble, incluso más hermosa que la del Valle del Elqui. La cantidad de estrellas es impresionante, nunca imaginé que pudiera haber tantas estrellas visibles a simple vista. La Vía Láctea sobre mi cabeza cruza en diagonal todo el cielo a través del desierto.
El viaje dura dos horas y como todavía está oscuro afuera todo el autobús duerme hasta que llegamos al lugar que es un pequeño valle cerca de la frontera con Bolivia a una altitud de 4800 m en medio de la cadena de los Andes. Se llama Tatio y es famoso por su actividad geotérmica expresada en forma de múltiples géiseres. La temperatura es de -9, pero habíamos sido advertidos, así que llegamos preparados con gorra, ropa térmica, medias gruesas y guantes. El sol aún no ha salido, pero empezamos a caminar por el campo de géiseres. Las visitas llegan temprano por la mañana porque es el mejor momento para apreciar los vapores que salen de la tierra gracias a la diferencia de temperatura entre el vapor y el aire frío.
La visita dura poco más de media hora, después de la cual, por si te apetece, hay una piscina de agua termal donde puedes relajarte. No todo el mundo tiene el coraje de desnudarse y hacer esos pocos metros en el patio congelándose, sin embargo encuentro la motivación y lo hago. Me sumerjo con un poco de desilusión en la sensación de que el agua no está tan caliente y no relaja tanto como me hubiera gustado. Me quedo allí durante 20 minutos y luego empiezan a llamarnos; salgo, me seco y me cambio sin ponerme las mallas térmicas. Lo único bueno de esto es que el baño termal me ha hecho superar el frío. El sol sigue subiendo cada vez más y llegamos a una aldea indígena cuando es media mañana y la temperatura ha salido extrañamente a casi 30°.
Tenemos una hora de descanso abundante, así que doy unas vueltas por la zona observando varias vicuñas que son animales típicos de los Andes protegidos en Chile mientras que no lo son en Perú y Bolivia donde también se pueden encontrar platos basados en su carne. Llegamos a San Pedro alrededor del mediodía donde tengo un almuerzo más completo con la guía Andrea y luego me cambio de ropa y vuelvo al centro para visitar a Valeria que sale de su restaurante situado en la calle central del pueblo. Juntos vamos a la oficina de correos a recoger el diario en el que escribía algunos recuerdos que había dejado en Valdivia. El amable Couchsurfing Alberto me lo envió con la posibilidad de que el destinatario sea el que pague el envío. El resto del día lo pasamos en paz. La única actividad digna de mención es ir a un local a tomar algo que uno de los más activos de la ciudad. Por ley municipal existe la obligación de vender alcohol sólo acompañando algo de comer. Además, no hay discotecas, por lo que a menudo se organizan fiestas clandestinas en las afueras hacia el desierto.
Al día siguiente Valeria tiene el día libre y junto con Alejandra con la bicicleta vamos a ver algunas casas que les interesan, porque la en que viven ahora puede no estar disponible en un futuro próximo. Así que aprovecho estos viajes de exploración de propiedades para conocer nuevas áreas de San Pedro. Dejamos a Alejandra que tiene que ir a trabajar y con Valeria vamos a comer a un pequeño restaurante cuyos dueños la conocen. Comemos un plato típico chileno sugerido por ella después de lo cual caminamos a un lugar cerca de su casa con una hermosa vista panorámica y donde hay algunas ruinas de un antiguo fuerte español: Pukara de Quitor.
Llegamos a la punta en compañía de su perrita negra llamada Chiquita y otro perro llamado Ara de la vecina que suele pasar el tiempo en la casa. El día es fabuloso, la vista es inmensa y se puede ver todo el desierto con toda la cordillera de los volcanes que hacen de frontera con Bolivia con su color rojo; solo en los puntos más altos se pueden ver algunas manchas de nieve. Nos quedamos allí al menos una hora en total relax en la sombra que proyecta la cruz construida en la punta o sentados en el muro perímetral observando el desierto.
Miro la hora y se hizo tarde para ver el partido de Champions' League Juve-Barcelona así que regreso muy rápido. Mientras que el viaje de ida parecía difícil debido a la presencia de arena en el camino, esta vez floto en la arena gracias a la velocidad y voy directo al bar diciendo a Vale que la iba a esperar ahí.
Están en el minuto 10 y ya van uno a cero y el hecho me sorprende tanto que grito y los pocos presentes se giran sonriendo. Empiezo a ver el partido con más concentración mientras que poco a poco el bar se va llenando hasta que finalmente llega también Vale que riéndose presencia mis gritos para empujar al equipo ya que soy el único entusiasta. Al final ganamos tres a cero y luego con toda la felicidad del caso salimos y vamos a cocinar para la noche un risotto con calabacines y hongos con parmesano que siempre es bien aceptado cuando lo propongo. El día siguiente lo dedico a un tour, quizá el mejor, que desde las 7 de la mañana avistando los flamencos recorre toda la parte sureste del desierto hasta el altiplano llegando a uno pocos km de la frontera con Argentina donde se aprecian lagunas increíbles a unos 4500m de altura. Los matices rojo, marrón de una colinas se vuelven gris, negro y blanco en otras mientra el azul del cielo, un azul intenso profundo, se convierte en azul claro casi caribeño en las lagunas. Donde miras siempre hay un volcán que se lanza al cielo.
El regreso al pueblo es a las 7 de la noche, sin duda para quien no tenga mucho tiempo es el mejor tour para conocer la zona.
El programa está lleno y así que el otro día nos vamos Vale, Ale y yo con la perrita Chiquita a darle un paseo en bici al valle de Catarpe y a la garganta del diablo cruzando mas de una vez a pié el río.
Es en este tour que me explican como ir a la Corniza, la colina que se ve desde casa el cuyo costado es una grande duna de arena. De hecho hay agencias que llevan a hacer sandboard en este lugar. Me dice Vale que se puede ir en bici, que hay que subir por un camino, cruzar un túnel y subir al costado hasta estar en frente al valle de la Muerte de donde se puede bajar cruzándose al camino que lleva al pueblo por la carretera. Así que el día siguiente que es el cumple de Ale (y me ofrecí a estrenar su horno de barro del patio cocinando pizzas) decido a irme por mi cuenta a la corniza. El sol es fuerte, la arena en el camino doblan el esfuerzo y una subida que llega hasta el túnel es la prueba matadora de que si estás bien entrenado o no.
Con mucho animo y resistencia poco a poco consigo a llegar sin pausa a la cima goteando de sudor y terminando mi agua. Luego de recuperarme atravieso el túnel que está envuelto de aire fresco por la sombra permanente de las entrañas de las rocas. Poco a poco el puntito de luz se hace más grande hasta que por fin salgo, un poco cegado por la luz de día, y no recordando bien la explicación sigo las huellas de otras bicicletas y motos que han pasados y que se pierden como serpientes en un caudal seco de una arroyo que aparece solo con las lluvias. Sigo y sigo en una bajada relajadora, pero me doy cuenta que la dirección no es esa que quería y me encuentro en el medio del desierto. Solo a lo lejos veos unos puntitos moviéndose. Son los carros que pasan por la carretera San Pedro-Calama. A este punto decido llegar hasta allá para luego regresar por el camino asfaltado. Parece cerca pero no lo es y la arena dilata aun mas este espacio. Después de 2 horas llego y veo en el piso los kilómetros que faltan al pueblo: 20km. Uuuuuuf, habré hecho otros 20 por la arena y ahora me faltan otros 20 en buena parte en subida. Echándole gana llego a la parte más alta de la cordillera de sal donde los tours aprecian el atardecer y en una bajada larga entre las colinas rojas talladas por la lluvia de cientos de siglos llego al pueblo.
Antes de llegar a la casa me compro unas cuantas bananas y gatorades para recuperarme.
En el momento que llego a la casa Ale, Vale y otros amigos están el patio y ven mi cara agotada preguntándome donde me fui y les cuento. Se quedan asombrados y ya que tengo que cocinar me aconsejan de ir a echarme una siesta. Me ducho y me acuesto un rato pero ya es tiempo de preparar la masa.
Cenamos todos juntos en el patio festejando el cumple de Ale y la noche de estrellas también esta vez nos decora la alegría y las sonrisas de cada uno.
Los días se alternan entre varias salidas al pueblo, a leer libros de historias chilenas que encuentro en la casa, arreglar y limpiar la casa y relajarme viendo a los perros jugando. El patio es el lugar de juego y de citas de los perros del vecindario: 5 perros más un gato que suelen entrar hasta la sala como si fueran de la familia y a veces me encuentro a mi mismo leyendo con todos ellos echados en cima durmiendo.
Si no estoy en la casa me voy a pasear por el pueblo, a platicar con amigos o hacer compañía a Giselle y Mariapaz, las chicas que conocí en Valle del Elqui, que venden sus artesanías en la plaza central. Una mañana las acompaño a la garganta del diablo en bici que ya que conozco el lugar gracias a mis anfitrionas y nuestras excursiones.
El día de Pascua decido volver a la corniza para bajar las dunas con la bicicleta. Esta vez estoy seguro de no perderme. Vale me repite por donde subir y además el error que hice la primera vez ya no me da otra opción a la salida del túnel si no la de girar a la izquierda y treparme aún mas por la colina.
Cuando llego arriba me voy a lo largo de una senda que sigue la cresta que por un lado tiene una cuesta abajo muy suave que se pierde entre piedras negras en el desierto hacia Calama y por el otro tiene un barranco asomándose en un panorama enmarcado por los valles de Catarpe y de La Muerte, los volcanes, el pueblo y el desierto rojo hacia el sur. Siguiendo para delante hasta el punto mas alto, el barranco deja lugar a dunas de arenas que conectan la colina al Valle de la Muerte. Las rocas son rojas como si fuera Marte, mientras la arena es negra.
Visualizo una rampa para deslizarme con la bici y me paro en la cresta de una duna a observar mi entorno. Al fondo se ven los muchachos de los tours haciendo sandboard y el sendero que lleva a la carretera. Agarro la bici y con el peso para tras me lanzo intentando a tomar más velocidad posible para poder flotar y no hundirme. Consigo en ese intento y surfeando con dos ruedas llego hasta la zona de piedras regresando así a la casa por el camino utilizado por los turistas.
El tiempo pasa sin que me dé cuenta, siento que es hora de seguir mi viaje pero al mismo tiempo no me siento listo de dejar este lugar y mis amistades. Así que a cada día que llega voy repitiendo la escena como en loop: ''Vale, Ale. Mañana me voy'' y preparo la mochila. ''¿Estás seguro?'', ''no tanto''. El día siguiente: ''¿Puedo quedarme un día más?''. Así por tres días seguidos hasta que después de 17 días desde que llegué me convenzo en arrancar. Aún falta mucho por conocer. Desayunamos todos juntos en el restaurante donde trabaja Vale, me despido y me encamino con mi mochila a la salida del pueblo para pedir un aventón. Es la primera vez que siento una sensación rara de desorientación de dejar un lugar que ya sabes que es parte de ti, lo sientes casa y nadie te obliga a dejarlo.
Esta es la mejor y peor parte de todos los viajes: conocer gente y lugares increíbles y despedirse. Pero dentro de mi sé que no es una despedida, ya pronto volveré.
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