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Primera cruzada a pié

Actualizado: 15 may 2020


Nos levantamos temprano para tomar un buen desayuno todos juntos y después de dejar a Agustina en la universidad, el padre me acompaña a la intersección a la salida de la ciudad que identifiqué en el mapa para poder comenzar a pedir autostop. Después de aproximadamente una hora de espera, un camionero se para y me advierte que, según él, al ver mi cartel de "Chile", el lado de la calle en el que me estoy quedando está mal. Convencido de mi sentido de orientación, le explico que hay otro paso que conduce a Osorno en Chile. Entonces, muy amablemente decide acompañarme hasta donde puede el, 10 km más lejos donde hay un desvío de la ruta 40.

En ese punto donde me bajo la suerte decide que tengo que esperar unos 10 minutos para que un automóvil pare con adentro cuatro turistas israelíes.

 

Abro paréntesis sobre los israelíes. Si vas a América del Sur, te encontrarás con varios de ellos, especialmente en los lugares más turísticos donde se concentran hasta el punto de que ciertos albergues están monopolizados y los gerentes están obligados a incluir el hebreo como idioma alternativo al inglés. La razón para tantos israelíes es celebrar el final de su servicio militar obligatorio de dos años.

 

Con los cuatro muchachos llego a Villa Lagostura a 80 km. Se dirigen a San Martín de los Andes, que se encuentra más al norte. A lo largo del camino comparto con ellos algunos de estos lugares hermosos de inmensos lagos y verdes montañas.

Llegamos a otro punto de su interés, pero como está mucho más lejos, nos acordamos en que me bajo a buscar otro pasaje. Me quedo veinte minutos esperando sin éxito, pero lo bueno es que los israelíes decepcionados por la falta de panorama retornan y me levantan de nuevo dejándome en la bifurcación del camino que lleva a Chile.

Paso una hora sin que nadie se detenga aunque haya muy pocos coches. En este punto, aburrido de estar parado, me pongo en marcha, ayudado por un palo encontrado en el lado de la carretera. Después de una hora y 4 km, un muchacho en su camino a la casa de sus padres, que está un km antes de la aduana, se ofrece a dejarme en esta ultima. Paso por esa por primera vez una frontera caminando y es una sorpresa ver en el folleto oficial para rellenar que en las opciones a elegir hay el modo de tránsito "a pie". Una vez hechos los controles, me coloco al principio del camino asfaltado, más adelante, a unos cincuenta metros donde comienza la subida que lleva al paso de montaña que delimita la frontera territorial a unos 17km. Después de unos minutos percibo que el día no es de esos afortunados, ya ha pasado medio día para hacer 100km y a las dos de la tarde todavía sigo en Argentina. Noto algunas varas similares a las de bambú, de modo que con un pequeño cuchillo separo dos de una longitud útil para usarlas como bastones de trekking y así comienzo mi caminata hacia la montaña con la idea de que alguien por lastima me lleve ejejejeej. En cambio obtengo la reacción opuesta: los pocos vehículos no solo no paran sino que incluso me incitan por la hazaña que estoy haciendo como si fuera mi libre elección de desafío. Incluso los camioneros chilenos que van en dirección contraria bocinan para motivarme.

Debo decir que no me siento ansioso, al contrario. No me preocupo por si puedo o no y disfruto del momento: yo solo con mi mochila en medio de un impresionante paisaje de la Patagonia bajo un cielo azul y una absurda temperatura veraniega. ¡Estoy feliz! Entre los varios pensamientos que zumban en mi cabeza durante el paseo solitario me doy cuenta de la estupidez de haber olvidado llevar comida conmigo. Bueno, he desayunado mucho y sé que para mi cuerpo es suficiente para llegar al día siguiente sin problemas. La única preocupación serían los posibles calambres ya que el esfuerzo para llevar 23 kg cuesta arriba a un ritmo rápido es bastante alto. Además empiezo a sudar mucho. Lo mas importante es que tenga agua y durante el ascenso hay varios arroyos que forman pequeñas cascadas al borde del camino que sirven para recargar la botella así que voy despreocupado. En cierto punto el espíritu de supervivencia me lleva a recoger una manzana del piso delante de mí. No sé por qué está aquí, tal vez por la prohibición de llevar fruta a Chile y viceversa. Hay un mordisco. Bah. Noto que donde la mordieron aún está verde y no oxidada, así que la manzana debe de haberse tirado hace poquito. Con la navaja limpio la superficie raspándola y luego la enjuago. Me como la manzana imaginándome que la fructuosa entre en mi corriente sanguínea con toda su energía. Será el efecto psicológico auto-inducido, el hecho es que llego al paso donde un enorme cartel dice BIENVENIDOS EN CHILE: 17 km de la aduana argentina, 4 horas y media de subida.

Bajo mi mochila y con los brazos al cielo y celebro la hazaña frente a todo el valle. Son las 6:15 de la tarde, todavía está soleado pero la aduana chilena que está a otros 25 km cierra a las 7 y no tengo muchas esperanzas a menos que alguien venga en este momento. Como buen observador también ya detecto una zona perfecta donde acampar con árboles y un pequeño arroyo para tener agua. Como no tengo mucho más que hacer, me quedo en la carretera para ver si alguien sigue pasando y 10 minutos después un coche me ve y se para 30m mas adelante. Corro en el lugar ardiendo de alegría y una pareja chilena con el SUV lleno de bolsas se las arregla para hacer espacio para mi mochila. También hay otros dos mochileros como yo, Karina de Argentina y Nicolás de Uruguay, ambos viajando a dedo. Karina me dice que estuvo en Villa Lagostura por dos días buscando un aventón y Nicolás también llevaba todo el día.

Tan desafortunado al final no había sido entonces.

Me siento en el auto y me disculpo con todos, porque creo que nunca he olido a sudor tan mal así en mi vida, la camiseta está empapada como si me hubiera duchado. Pero veo que todos son comprensivos como si fuera algo que ya han experimentado mas de una vez y arrancamos todos ansiosos de llegar a tiempo a la frontera. Bastante rápido bajamos los 25 km hasta la aduana antes de que cierre a las 7pm. En seguida como nos pasamos al otro lado de los Andes, el paisaje cambia abruptamente. El lado argentino tiene un clima seco y árido con sólo zonas de bosques de coníferas en los valles y montañas más cercanas a la frontera, el lado chileno es un notable verde exuberante con árboles de hojas gruesas y anchas, con una amplia variedad de plantas incluyendo algunas palmeras y acompañadas por muchas aves, inclusive loritos. Es increíble cómo la cordillera de los Andes determina el clima de todo el continente y cómo se puede percibir esto en unos pocos cientos de metros.

Llegamos a las 7 de la noches a la aduana antes de que cierre, pasamos hartos controles de la mochila sacándome todo y por fin me sellan el pasaporte. Pasados los controles sin problemas volvemos en el coche con el que hacemos otros 200 km hasta la ciudad de Osorno, la ciudad más grande del sur de Chile. Son más de las 9 de la noche, en el punto donde la pareja chilena deja a nosotros tres desafortunados autoestopistas y un autobús de la ciudad se para ofrecendonos a dejarnos en la terminal central aunque no tengamos el boleto.


Llegamos a la estación de autobuses interurbana y gracias a un tipo de un estanco me comunico por internet con el Couchsurfing, Katherine, de Puerto Varas avisándole que habría llegado a su ciudad alrededor de las 11pm. Una hora de viaje en un autobús no muy concurrido, sólo algunos viajeros asonantes. Sigo el mapa con el GPS para entender dónde bajar y finalmente llego a la parada bajo el paso elevado donde Katherine me espera con el coche, poniendo fin a esta primera gran aventura como autoestopista-excursionista.

Pero antes de morirme en una cama, una ducha que me quite el olor de esta aventura sufrida, vivida, lograda y amada es una obligación.


El sudor y sucio se van la experiencia no y aquí tuvieron el cuento :)

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