Tuve la idea de hacer autostop desde que llegué a Ushuaia y, por ende, estudiando el mapa, valúo que lo mejor sea llegar a Río Gallegos en el mismo día y el día siguiente alcanzar El Calafate, la ciudad famosa por albergar uno de los glaciares más impresionantes de América del Sur llamado Perito Moreno. Se encuentra al otro lado del parque chileno de Torres del Paine, uno de los parques más visitados del mundo.
Mi viaje se basa en la total improvisación y desafortunadamente me toca saltarme esta etapa chilena, ya que por primera vez desde la temporada 2016/2017 requieren reservas incluso para aquellos que desean acampar. Se necesitan varias semanas de anticipación para reservar y encontrar un lugar y también se necesita algo de preparación de alimentos, ya que los caminos están lejos del pueblo más cercano, Puerto Natales, y pueden durar 9 días.
Afortunadamente, me informan sobre El Chaltén, donde hay un parque con paisajes similares y totalmente abierto a las excursiones famoso por su montaña principal el Fitz Roy. Lo bueno es que se encuentra a un par de horas al norte del Calafate, a su vez dos horas al norte de Río Gallegos.
Entonces decido mantener mi viaje patagónico en el lado argentino.
Es bastante común hacer autostop en la Patagonia y dandome varios ejemplos de otros viajeros Mariela, mi anfitriona, me convence completamente de mi propia idea.
Después de unos veinte minutos de viaje por las diversas calles de la ciudad, el autobús hace una virada volviendo para trás. Pienso que ya se está regresando aunque no vi nada de lo que me había explicado hace pocos minuto Mariela y en mi desorientación decido bajarme.
Resulta que simplemente la ruta del autobús es un zigzag entre los distintos barrios y que la salida de la ciudad está a unos 4 km de distancia.
Comienzo a caminar mis primeros metros con mi mochila super cargada porque aún no he aprendido a vivir con lo básico para dar la prioridad a la comodidad de mi espalda.
El peso es bastante alto y los hombros comienzan a pedir piedad, pero el sufrimiento es anestesiado por la hermosa mañana de sol calurosa y el paisaje que se abre a mi derecha admirando las montañas, la ciudad y el mar: una señal casi queriendo bendecir mi partida ya que los dos días anteriores se caracterizaron por el frío y la lluvia.
Continúo la caminata ahora en una parte cuesta arriba donde comienzo a sentir aún más el efecto de la gravedad en la mochila. Empiezo a sudar y cuando pasan algunos autos (muy poco) trato de hacer la señal para que me lleven.
Alguien me ve desde el patio de su casa donde está haciendo algunas tareas y me dice que para encontrar el pasaje tengo que seguir caminando más arriba.
Después de una hora y un poco más, finalmente veo las famosas torres de madera descritas por Maru. Más que una puerta de salida, es la entrada a la aventura desconocida.
Me paro después del puesto de control policial (presente en todas las salidas / entradas de las ciudades argentinas) donde hay un área conveniente para aquellos que quieran detenerse.
Después de unos 40 minutos de hablar conmigo mismo sobre por qué estoy haciendo todo esto y que nadie me está obligando, un automóvil con dos amigos en dirección norte se para. Les digo que tengo que llegar a Río Gallegos a 600 km de distancia y me responden que solo recorrerán 60 km. A ese punto, tengo que decidir si subir o no en esa fracción de tiempo de aproximadamente 2 segundos. Al final, prevalece la idea de que si se detuvieron es porque es con ellos que tengo que comenzar y que el caso lo quiso.
Entro en el automóvil muy espacioso, una minivan, y entre una primera conversación y la otra empiezo a disfrutar del paisaje virgen de la Patagonia con montañas, bosques, lagos y ríos.
Mis dos amigos temporales me explican varias cosas, como el problema de los castores. Jajaja, sí, parece que sí, porque por causa de ellos se crean inundaciones al bloquear el flujo de agua en los ríos con sus presas de troncos.
Después de poco más de una hora llegamos a un camino recto que se pierde en el paisaje. La primera parte es cuesta abajo y allí, los dos amigos se estacionan diciéndome que llegaron al sendero para ir a pescar en un río.
Viendo mi mirada de perdido, me dicen: "no te preocupes, trajimos más mochileros y siempre hay autos que pasan y te llevan".
Bajamos y en ese momento les agradezco por el viaje, mirándolos desaparecer en el sendero entre los arboles.
Me encuentro solo rodeado de un paisaje incontaminado, silencioso, fresco e inmenso. Por un momento respiro ese aire que casi parece tener un sabor de plenitud y libertad si alguna vez tuvieron gustos. Miro al paisaje y me siento que estoy en una película de aventuras. Además, ¿quién no ha visto Into the Wild?
Después de este momento de éxtasis, vuelvo al razonamiento práctico y empiezo a pensar qué demonios estoy haciendo solo en ese lugar, si por casualidad estuviera loco y cómo lo habría hecho si alguien no se hubiera parado.
Al ver el horizonte reconozco unos tejados en la distancia de tres casas, así que al menos decido caminar en esa dirección.
En 15 minutos, pasan dos autos y hago una señal sin ningún éxito, pero luego llega el carro elegido por el universo: un chavo de vuelta de Ushuaia donde dejó a un amigo en el aeropuerto y ahora de regreso a Río Grande.
Feliz de haber encontrado un pasaje de 250 km, me subo al automóvil escuchando las diversas historias locales y también contando las mías.
Aproximadamente media hora de camino y paramos a la orilla del lago de Fagnano en un lugar muy conocido por sus empanadas (las paredes están cubiertas de personajes famosos argentinos que han comido ahí).
Mi conductor decide e insiste en ofrecerme una docena de esas empanadas y obviamente no puedo comerlas todas, así que las guardo en mi mochila listo para compartirlas con mi tercer aventón del día.
Arrancamos y mano a mano que seguimos en la ruta el paisaje cambia mucho, las montañas y los bosques dejan espacio para una llanura árida sin árboles cubiertos con un césped amarillo aún más triste por el cielo gris y húmedo.
Cientos de kilómetros, a veces casi en línea recta en estas tierras desoladas, a veces pasan algunos autos, pero lo que se ven con cierta frecuencia son cicloviajeros: una gran admiración por ellos.
Otra curiosidad son las señales de atención de cruce de Guanacos. De hecho, muchos se ven en los prados y de vez en cuando los ves cruzar en la carretera o deambular un poco perdidos porque atrapados en la calle entre las cercas que corren a los dos lados.
¿Estamos en un lugar tan remoto y desierto y hay cercas? Le pregunto a mi amigo conductor y él me hace comprender que todas estas tierras son privadas...eehh viejo querido latifundismo. Ese es el primer caso de muchos que veré por el continente.
Continuando el viaje, observo algunas granjas de madera bien mantenidas con grandes techos rojos y números blancos gigantes dibujados arriba. La explicación se remonta a la guerra de las Islas Malvinas con Inglaterra. Algunas de estas granjas eran zona de despegue o aterrizaje o simplemente informaban a los militares británicos que era un edificio civil.
Una guerra que terminó hace más de 40 años con la derrota de Argentina, pero que aún deja una herida abierta en el sentimiento común argentino resaltado por las innumerables señales de tráfico que salpican en todo el país con las palabras "las Malvinas son argentinas".
Al llegar a Río Grande, me bajo en una avenida principal y comienzo a caminar hacia el norte en busca de un lugar mejor ubicado para pedir a alguien más que me lleve.
La ciudad es muy deprimente, casas en mal estado y caminos a menudo de lodo, por un lado un mar oscuro y por el otro vastos pastos con un color entre un verde apagado, un amarillo triste y el negro del barro.
El cielo gris y la llovizna no ayudan a que en este lugar encuentre algo vivaz.
Después de unos 20 minutos, finalmente aquí está mi tercer conductor elegido por el destino.
Un joven de unos treinta años y pico que se va a Punta Arenas, Chile
¡Claro no me olvidé! Ahí va que le ofrezco empanadas de sobra que acepta de buen grado.
Todavía no estoy seguro de poder llegar a Río Gallegos, así que empiezo a buscar en Couchsurfing algún perfil de Punta Arenas para garantizar un techo en un lugar tan frío y desolado. Pocos minutos y ya encuentro a uno disponible.
En este momento estoy tranquilo porque en caso de que no pueda encontrar un pasaje para Río Gallegos tengo la opción de ir con este aventón hasta Punta Arenas.
El paisaje sigue siendo casi el mismo, excepto que el camino queda sin pavimentación durante al menos más de 50 km hasta llegar a la frontera con Chile.
De hecho, para continuar viajando desde la Tierra del Fuego argentina al resto del país continental, es necesario ingresar y salir de Chile.
La Tierra del Fuego es una isla dividida en dos entre Chile y Argentina. Una tierra compartida pero siempre en disputa entre estos países resuelta con la intervención del Papa Pablo Juan Il, quien definió su frontera.
Para pasar de la isla al continente, debes cruzar el Estrecho de Magallanes, cuyo punto más estrecho se encuentra en tierra chilena y desde donde tomas un ferry o más bien una balsa para una travesía de solo 20 minutos.
Llegamos a la balsa y nos quedamos en espera de que llegue desde el otro lado. Aprovecho de ese tiempo y empiezo a preguntar a los otros vehículos si hay alguien que se vaya a Río Gallegos. Infelizmente, todos se dirigen a Chile y los pocos que continúan en Argentina no tienen espacio.
Lo mismo sucede cuando ya estamos en navegación. Los coches y camiones son pocos más que veinte. Pregunto a otra gente sin éxito así que decido de concentrarme en el paisaje. Subo con las escaleras al pasillo más alto y observo el estrecho de Maganeles tan imponente, remoto y pacífico. Gracias a él los navegantes pudieron cortar la punta de América desde el Atlántico hasta el Pacífico sin arriesgar las ásperas aguas del Cabo de Horn.
Ya que estamos cerca del otro lado voy de nuevo para ver si la suerte está de mi lado.
La recompensa de perseverancia se manifiesta cuando le pido a la última persona que me queda de investigar, un camionero de 25 años, que me dice que sí que tiene espacio y que puede llevarme.
Empiezo a alegrarme y preguntarle de nuevo si realmente pasa por Río Gallegos porque necesito que lo repita para que me de cuenta. Es el primer camión en que salgo, mi verdadero bautismo mochilero.
Voy a despedirme del chico que amablemente me llevó hasta aquí y tomo la mochila para subirla en el camión.
Después de una hora de viaje con un poco de llovizna y con la noche ahora ya presente llegamos a la aduana. Pasamos media hora o más allí antes de poder continuar, ya que los camiones necesitan inspecciones especiales y el personal de aduanas ya está ocupado por otras cosas.
Todo va bien y después de otra hora y media llegamos a la tanta esperada meta de Río Gallegos.
Nos paramos en una gasolinera a las 11 p.m. que el caso quiere estar a sólo cien metros de la casa de Miriam una chica que se ha ofrecido de brindarme un sillón para esta noche antes de seguir a El Calafate .
Pero antes de irme tomo una foto con Julian (se llama como al ciudad donde se dirige ejej) delante de su camión para presenciar mi primera aventura en autostop: 15 horas, 4 aventones para cruzar 600km, incluyendo una balsa, dos fronteras y mi primer camión .
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