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Norte de Chile, zona de La Serena

Actualizado: 15 may 2020


Al día siguiente, siempre temprano, como si fuera a trabajar, me despierto listo para empezar un largo día haciendo autostop. Primero tomo un autobús a 40 km de la Panamericana ¡Dos horas para el bendito tráfico de la mañana! Al ver la autopista siento la emoción, la alegría de volver a viajar confiando en el azar. Una extraña sensación de felicidad: cada vez que con mi mochila sobre los hombros me acerco a la ruta me siento llamado. Una vocación. Pasa mucho tiempo antes de que una pareja finalmente se pare. Hacemos un buen tramo juntos hasta que después de unas dos horas llegamos a su salida. Ya se puede ver el océano de nuevo y la poca vegetación que había antes ya se evaporó en los últimos km dejando a los lados sólo colinas secas y áridas con algún arbusto o cactus: el norte se está acercando.

El camino ha sido recientemente pavimentado y se asoma de la colina a mi izquierda con una curva bajando hasta la cuenca donde me encuentro para luego perderse detrás de la otra colina a mi derecha. El color negro del asfalto se destaca con el color amarillo de la tierra seca y la hierba dorada a los lados. Hay mucho espacio para poder pararse, también para los trailers cargados y en bajada.

Una hora aproximadamente más tarde un camión con vigas de hormigón bajando por la colina me ve y empieza a frenar, primero con el motor con ese clásico ruido tRtRtrtrtr y luego con los frenos. Se para a unos 30 metros después de mi. Cargo mi mochila entre las vigas y me subo en la cabina en el momento que descubro que también él se dirige a La Serena y esta noticia aumenta mi entusiasmo.

Durante el viaje estoy entusiasmado con la vista. Es completamente diferente de todo lo que he visto hasta ahora. Todo el frío inicial, las lluvias aunque fueron pocas, el verde de los bosques, las cascadas y los lagos son reemplazados por una tierra polvorienta rojiza cubierta con algunos mechones de hierba amarilla y cactus. No sólo eso, a veces observo planicies de piedra pura y polvo sin ninguna vegetación y en total contraste con el color azul del cielo y el océano que perdura a nuestra izquierda.

En cierto punto, por desgracia, lo inesperado. El camionero cuyo nombre no recuerdo, creo que tiene al menos 55/60 años, se para al borde de la carretera y me dice que tiene que dormir al menos una hora: lo vi que ya andaba cansado y púes, mejor así que arriesgarse. Dice que puedo bajar a hacer autostop y si nadie se detiene me llevará más tarde. Nunca me había pasado antes, así que estoy un poco perdido en esta situación casi con el temor de que me quede en el medio de la nada visto el poquísimo trafico. Enmascarando mis pensamientos, al menos tratando de hacerlo, salgo del camión y me alejo un poco y empiezo a pedir que me lleven a esos pocos vehículos que pasan.

Veinte minutos después "tadaaaán". Aquí aparece otro camionero con una carga de sustancia líquida que para. Le pregunto a dónde va y me dice Coquimbo: ¡perfecto! Es la ciudad que está pegada a La Serena. De todos modos, era muy obvio, ya que es el primer centro urbano que se encuentra en el camino desde donde estamos. El nuevo camionero es como se dice "buena onda". Charlatán y divertido, me ahorra el trabajo de tener que sacar siempre temas para no aburrirlo en su monótona conducción, ya que la Panamericana en estos tramos es bastante recta con un paisaje repetido aunque vasto y impresionante. Aprendo una cosa nueva de camionero, o más bien dos. La primera es que en tiempos de economía grasa con tanto comercio de mercancías un camionero chileno puede ganar con seguridad el equivalente a 3000 euros al mes en Chile. ¡Quién diablos me hizo estudiar ingeniería y ganar así de poco comparado a él! Esta es una de las muchas cosas que empiezo a considerar para respetar cualquier trabajo que uno haga en la vida. Mientras te guste haz lo que quiera.

La segunda cosa es una radio súper poderosa que ha instalado a bordo y que debería ser ilegal. La usa para pasar el tiempo en la caravana con otros colegas o tal vez con la misma compañía, pero esta radio es tan poderosa que oímos a los camioneros mexicanos o suizos hablando. Una locura, ¿verdad? Estas pequeñas cosas que descubro en los diversos pasajes aleatorios que encuentro me alegran.

Llegamos al atardecer en Coquimbo donde me deja en la gasolinera al principio de la zona urbana. Pido información a la gente para llegar a La Serena y algunas personas que esperan el minibús me ayudan a orientarme subiendo al vehículo correcto. Me lleva una hora más o menos aunque esté cerca por el camino sinuoso entre los distintos barrios y el tráfico, pero al menos llego a mi destino.

La casa de Tania y su compañera de cuarto colombiana Xiomara, también ofrecida por couchsurfing, está al otro lado. Cenamos los tres con dos amigos de ellos invitándome unos platos muy buenos.

 

La Serena es la primera ciudad colonial para mí. La Patagonia Argentina y el sur de Chile no tienen muchos edificios coloniales españoles, sino principalmente edificios coloniales alemanes. El primer día lo dedico, como suelo hacerlo, a descubrir la ciudad solo. El sol es fuerte, la luz muy cegadora. El efecto de la aproximación a los trópicos es que en esta temporada, a finales de marzo, es la zona donde el sol está vertical. Así que entre los varios puestos compro un par de lentes de sol para reemplazar los que olvidé en el camión en Bariloche cuando me iba a Chile.

Tengo que decir que me gusta la ciudad, tiene un color blanco/naranja, por los azulejos, tejas, ladrillos y la pared de yeso blanco al estilo español. Todo marcado por las montañas de atrás y el océano en frente.

Por la tarde me dirijo a Coquimbo y a su colina donde se encuentra la mayor cruz de América, inaugurada en el Jubileo 2000. Se puede visitar por un precio ridículo y con un ascensor se llega a la parte horizontal de la cruz que alberga una sala de exposiciones y ofrece una vista panorámica de toda la región.

Bajando la colina de nuevo para ir a la plaza central donde tomar el autobús urbano de vuelta, observo por primera vez el camión de venta de bombas de gas de la cocina con su música y la campana para avisar al vecindario. Será algo normal para los latinos pero se me hace demasiado lindo, divertido, simple y eficiente.

Vuelvo a la casa cocinando para las chicas para intercambiar el favor de la hospitalidad y también pregunto qué podría conocer al día siguiente. Así que bajo su sugerencia, temprano en la mañana me voy al valle apodado como ¨el camino de la astronomía¨ por los varios observatorios que se encuentran, pero el nombre oficial es Valle del Elqui. De hecho, la humedad que viene del mar se amonta en las primeras montañas, creando una niebla matinal en la costa y envolviendo la ciudad. El resto del valle, en cambio, no recibe la influencia marítima y permanece en una atmósfera seca todo el año. Basta con ver las manchas verdes de arbustos y árboles que sólo cubren las primeras colinas y desaparecen a medida que continúo hacia las montañas del interior. El autobús me deja en Vicuña, la ciudad natal de la escritora chilena Gabriela Mistral, ganadora del Premio Nobel de Literatura. Todo el valle está dedicado al cultivo del vino, por lo que se puede ver un camino regular de cultivos que colorean la cuenca de verde gracias a la presencia de un arroyo. El conjunto contrasta con las áridas y pedregosas montañas amarillas y el profundo cielo azul.

Desde Vicuña continúo hasta el pueblo ecoturístico de Pisco Elqui. La vista no cambia pero el valle se hace más estrecho. El pueblo está muy bien mantenido, en pocos minutos lo giro completamente ya que hay dos o tres pequeñas calles que lo forman. El sol pega, pero el aire es seco, así que no sudo aunque me mueva por algunas subidas. A la hora del almuerzo ni siquiera lo hago a propósito, me encuentro con un pequeño lugar que vende empanadas (o pasteles) gracias a la contribución de la Unión Europea según el letrero que cuelga afuera. Como algunos pasteles y debo decir que son los mejores de todo Chile. Tal vez porque están hechos en el lugar de una manera genuina y artesanal, pero el queso derretido en el interior es sublime. Estoy disfrutando de las dos empanadas en la pequeña plaza del pueblo, acogedor con su pequeña iglesia de madera y bancos bajo los árboles que te dan esa sombra fresca, regeneradora y relajante que sólo las plantas pueden darte.

De todos modos no lo he dicho todavía, pero el pueblo (ya deducido de su nombre) es la cuna del Pisco, un destilado de vino como la grappa en Italia. Sin embargo, el Pisco también existe en el Perú, y, según la comunidad internacional, este último es el original. Esto no significa que sea lo mejor, pero nunca entres en este discurso en presencia de peruanos o chilenos. Es como el fútbol entre Maradona y Pelé.

Volviendo al lugar, este es tan hermoso como vacío, en el sentido de que no hay turistas excepto los tres o cuatro gatos que viven allí. La temporada de verano ya ha terminado y ni siquiera las excursiones astronómicas, ciclistas o ecuestres están activas. Hay una agencia abierta y yo entro. Una pequeña agencia familiar formada por una habitación espartana. Pero por otro lado, la experiencia es importante, no la tienda, ¿verdad?

El tipo es muy servicial y agradable y después de haberme advertido que no hay actividad en el programa planeamos que si hubiera agrupado a otros dos turistas habría organizado un tour astronómico y místico relacionado con las creencias indígenas y sus rituales. Sin embargo, ahora debo dedicarme a averiguar dónde dormir por la noche. La temporada ha terminado, así que el camping o el albergue están cerrados. El clima es seco, perfecto para dormir sin una carpa directamente bajo las estrellas.

Encuentro un pequeño lugar a pocos minutos del centro del pueblo en un camino que sube a la montaña y luego se convierte en un sendero. Está fuera de las casas y su elevación es suficiente para tener la vista de todo el valle. También veo que hay una fila de árboles que hace de barrera para las casas de abajo dando un poco más de privacidad y finalmente, lo más importante, un arroyo que corre a pocos metros de distancia. Mientras bajo al pueblo a dos curvas del lugar que acabo de encontrar para acampar, encuentro a dos chicas con mochilas y objetos para acampar que están descansando a la sombra. Intercambio dos palabras, son de Santiago, María Pía y Gisselle, y están de viaje en el norte de Chile durante un mes. Me dicen que también están buscando un lugar para dormir por la noche en su carpa, así que me ofrezco a llevarlas a ver la zona que acabo de encontrar.

Resuelto también para ellas este problema de acampar decidimos volver al centro. Nos ponemos en la pequeña plaza donde intento convencerlas del tour místico sin éxito. Obviamente no siempre tengo habilidades de persuasión. Pero todo sigue su flujo, ¿no es así? Lo que pasa es que mientras un grupo de señoras termina su clase de baile folclórico al aire libre, justo delante de la iglesia, llega un tipo con una guitarra y empieza a tocar piezas aleatorias de música latina. Por cierto, antes de centrarme en él, me pregunto de dónde vinieron estas señoras y el instructor de baile porque hasta hace unos minutos sólo había fardos de hierba seca rolando por el pueblo.

Nos acercamos al chico y empezamos a hacernos amigos de él. La atmósfera de la noche que mientras tanto desciende sobre la ciudad es realmente mágica. Cálida, poca gente, pero de calidad si puedo decirlo. La música en la guitarra pellizca sobre algún tema latino desconocido para mí, cuñado por la idea de dormir bajo las estrellas, libre de pensamientos. Es la imagén de la verdadera Latinoamérica que siempre he tenido y que ahora, como en un cuadro de Marry Poppins, estoy adentro.

Compramos para la ocasión un pisco local para celebrar nuestra velada que recibe su delicioso toque con otras de esas deliciosas empanadas del almuerzo gracias a que la señora aún deja su lugar abierto, que al final también es su casa.

Son las 2:00 a.m. Siempre cuando estás disfrutando de los buenos momentos el tiempo vuela. Para no hacer ruido en el centro del pueblo y evitar algunos problemas con los carabineros vamos a la zona donde queremos acampar. Por cierto, está prohibido beber alcohol por las calles en Chile, pero por suerte no vino nadie a checar.

Seguimos disfrutando del sonido de la guitarra en la oscuridad vencidas por la luna que detrás de la montaña todavía se las arregla para dejar algo de luz.

En uno de estos momentos de pura relajación, un coche llega debajo de nuestro pequeño campamento. Son los Carabinieros. La botella que tengo al lado de un licor que no conozco la lanzo en la oscuridad de la colina y percibo el rollo hasta que baja a la parte trasera del coche sin que se den cuenta. Sólo queda nuestro amigo músico con una lata de cerveza en la mano. Le regañan con bastante dureza, pero al final, quizás porque ven nuestra total tranquilidad y nuestras únicas buenas intenciones, se van sin más. A estas alturas la magia de la tarde/noche se interrumpió así que nuestro amigo músico se va a camino a casa.

Obviamente nos quedamos a acampar, decido dormir a sólo con un saco de dormir mientras Giselle y Maria Pia arman la carpa. La luna es demasiado fuerte y no me permite observar el cielo completamente, así que me mantengo despierto para captar el momento en que la luna desaparece para ver las estrellas. Sólo a las 5 de la mañana llega el momento deseado. Las montañas no me permiten ver una gran parte del cielo, pero es suficiente para ver bien la Vía Láctea a simple vista. Es la primera vez que veo un cielo tan punteado intensamente. Me gustaría disfrutarlo más, pero me caigo en el sueño.

Por la mañana el sol nos despierta no muy temprano gracias a la sombra de la montaña que retrasa nuestro amanecer, por así decirlo. Poco a poco superamos el cansancio y la pereza y nos activamos para rehacer nuestras mochilas. Obviamente nos gustaría bañarnos para empezar el día de la mejor manera es así que le revelo a María y Giselle cerca del arroyo.

A turno, para dejar a alguien a checar que nadie más llegue y tener privacidad, nos lavamos dentro del arroyo. Justo cuando estamos todos vestidos, un grupo llega a caballo; dan los buenos días y aprecian nuestra idea de haber acampado al aire libre. Volvemos al pueblo y vamos directamente a la salida para buscar un pasaje. Aunque estamos súper animados y entusiastas, ninguno de los pocos que pasan se para. Entre otras cosas, es difícil en tres con tres grandes mochilas y de hecho después de 3 horas de espera tenemos que tomar un autobús, pero viendo que estamos haciendo autostop el chofer super buena onda nos descuenta el boleto. ¿Cómo no puedes amar a los latinos?


Por fin llegamos a La Serena donde nos separamos sin demasiadas despedidas porque sabemos que todo el mundo va hacia San Pedro y seguramente nos encontraremos allí.

Será un viaje largo, 1200km.

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